Educar con Amor
¿Qué es educar?, ¿qué es aprender? o ¿cuál es la misión del profesor o del colegio?, son interrogantes que alguna vez nos hemos hecho durante la vida escolar de nuestros hijos.
Según el escritor y biólogo, Humberto Maturana “educar es un fenómeno biológico fundamental en el ser humano”, en el cual involucra todas las dimensiones que se desenvuelve una persona, que son: física, mental y espiritual, además de la interacción social en el cual está inserto. Por lo mismo, este autor señala que “el ser vivo debe vivir en armonía con la unidad dinámica del SER y el HACER”.
Por esto, la educación o el acto de educar es un proceso de muchas transformaciones de todos los participantes que están involucrados (alumno, profesor y familia), los cuales deben vivir en armonía dentro un espacio educacional en común. Estas transformaciones muchas veces son realizadas por los participantes de forma consciente o inconsciente, dando así paso a una mejora o retroceso en el acto de educar.
El acto de educar, es amar el educar, estamos diciendo, según Maturana: “Para que el amar eduque hay que amar y tener ternura. El amar es dejar aparecer. Darle espacio al otro para que tengan presencia nuestros niños, amigos y nuestros mayores”.
¿Cómo lograrlo? Eso es fácil, es un trabajo en equipo: Viviendo en un espacio de convivencia. Vivamos el desafío de educar, de modo que el niño aprenda a aceptarse y a respetarse a sí mismo, al ser aceptado y respetado en su ser, porque así aprenderá a aceptar y respetar a los otros. Si decimos que un niño es de cierta manera: bueno, malo, inteligente, o tonto; estabilizamos nuestra relación con ese niño de acuerdo a lo que decimos, y el niño, a menos que se acepte y respete a sí mismo, no tendrá escapatoria y caerá en la trampa de la no aceptación y el no respeto a sí mismo, porque sólo podrá ser algo dependiente de lo que surja como niño bueno, o malo, o inteligente, o tonto, en su relación con nosotros. Y si el niño no puede aceptarse y respetarse a sí mismo, no puede aceptar y respetar al otro. Por eso la educación es un acto de convivencia permanente, en que todos sus actores toman un rol significativo en el proceso, que involucra despojarse de prejuicios o preconceptos. Además todos debemos trabajar para lograr esta armonía, que involucra un mejor espacio de aprendizaje. Dejemos fluir el conocimiento con el respeto y el amor por el otro, siendo esto la clave de cualquier método de enseñanza, tanto en el hogar como también nuestro espacio educativo.
Por esto, la práctica de la “biología del amor” se encarga de que esto ocurra como un proceso normal. El niño de hoy debe aprender valores y virtudes que debe respetar, pero vive en un mundo adulto totalmente diferente. Se predica de amor, pero nadie sabe en qué consiste, porque no se ven las acciones que se han enseñado. Se enseña a desear la justicia, pero vivimos en el engaño. La tragedia de todo esto, es que comenzamos a vivir un mundo que niega los valores que se enseñan. El amor no es un sentimiento, es un dominio de acciones de aceptación del otro. La responsabilidad parte desde que nos hacemos cargo de si queremos o no las queremos como consecuencias de nuestras acciones; y la libertad se da totalmente al revés. Es decir, responsabilidad y libertad surgen en el ámbito de nuestras emociones en el cual podemos quererlas o no quererlas como proceso nuestro proceso educativo.
Por eso el educar, hay que comprenderlo y trabajar como algo integral, esto quiere decir, en sus diversas dimensiones del niño o niña, tanto física, mental y espiritual, como también en los diferentes espacios que participan, familiar, social y educacional. Pues así se podrá lograr la meta tan anhelada que deseamos: “Que niños y niñas pueden crecer en armonía y alegría, frente a nuevos desafíos y procesos educativos en el cual están insertos”.
Jocelyn Miranda Varas
Psicopedagoga